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Kasparov ya tiene un nuevo reto: derrotar a las fake news

Los jóvenes quizás no conozcan a Garry Kasparov, pero fue uno de los grandes campeones y jugadores de ajedrez de los últimos treinta años. Fue el campeón mundial más jóven del juego y tuvo una estatura de estrella mundial similar a un rockstar, como la alcanzada por Robert «Bobby» Fischer a principios de los años 1970s. Su match contra la computadora Deep Blue marcó un antes y un después, ya que por primera vez una máquina pudo ganarle a un ser humano, lo cual abrió masivamente la gran ventana a la expansión de la inteligencia artificial y al uso de los algoritmos. Luego de dejar de jugar profesionalmente, Kasparov pasó a la vida pública, tanto en el plano de la política (participó en varios partidos políticos en Rusia) así como en ONGs. Hoy Kasparov tiene una cruzada contra el uso manipulatorio de la tecnología por parte de empresas y gobiernos y está en favor de la protección de datos privados. Es director de la asociación Human Rights Foundation al mismo tiempo que es embajador de la empresa de seguridad digital Avast. Es un feroz opositor a Vladimir Putin. En este video, Kasparov describe como es el proceso de difusión de las fake news o desinformación. Este es su nuevo objetivo de jaque mate.

Kasparov contra las fake news: su nuevo desafío

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Fake news/Junk news/Desinformación: ¿es un peligro o no para las democracias?

Las fake news o desinformación sigue siendo un tema de agenda clave en la comunicación política, tanto en tiempos de administración y gestión como en los períodos candentes de campaña electoral. A grandes rasgos, el alerta de la existencia de este tipo de materal que apunta hacia la manipulación de los ciudadanos vía la distribución de información deliberadamente falsa, ha sido considerado una grana amenaza sobre el debate acerca de lo público. Este es el argumento de la historiadora y periodista norteamericana Anne Applebaum, ganadora del Pulitzer por su libro «Gulag«, sobre los campos de concentración en la Unión Soviética. En una entrevista al seminario alemán Der Spiegelcuriosamente una publicación que viene seriamente afectada por haber sido plataforma de distribución de noticias falsas creadas por un periodista premiado -, Applebaum afirma que las fake news son un peligro verdadero y profundo sobre el futuro de la democracia en el hemisferio occidental. Según Applebaum, cada cambio tecnológico en la distribución de la información – la invención de la imprenta, por caso – produjo cambios en las relaciones de poder. El ejemplo citado por Applebaum para el siglo XX fue el uso de la radio por Adolf Hitler y Josif Stalin. Según la autora, le costó años a la democrática Gran Bretaña organizar un servicio de radiodifusión como la BBC basado en al credibilidad. Para Applebaum, la práctica de  fake news o desinformación surge con un nuevo cambio tecnológico como son las redes sociales. Este cambio fue aprovechado, según Applebaum, centralmente por un régimen no democrático como el de Vladimir Putin en Rusia para afectar el debate público en Europa;  y esto le está costando mucho a los países democráticos a adaptarse a este nuevo escenario comunicacional.

Sin embargo, una investigación reciente llevada a cabo por el Oxford Internet Institute de cara a las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 en Alemania, España, Francia, Gran Bretaña, Italia, Polonia y Suecia, muestra que la incidencia de la desinformación o fake news es irrelevante en el discurso público. El trabajo titulado «Junk News during the EU Parliamentary Elections: Lesons from a Seven-Language Study of Twitter and Facebook«, muestra que las «noticias basura» («junk news«) sólo constituyeron  menos del 4% de los links que se adosaron en Twitter (a excepción de Polonia donde fueron el 21%), mientras que aquellos de medios mainstream representaron el 34%.

En Facebook aquello que asoma es que las junk news que causan atracción son pocas, pero que estas sí concentran la atención de los públicos:pocas noticias falsas o basura concentran la atención de todo lo que publica el sitio.

Ahora, en valores absolutos de interacciones, la influencia de las páginas basadas en desinformación es minúscula, a excepción de Suecia.

El debate queda abierto y seguramente habrá nuevos trabajos a futuro sobre el tema.

Macron puso al periodismo en la agenda de políticas de Estado

El periodismo de calidad no pasa por un buen momento. Los trabajos de investigación que requieren a veces meses de trabajo paciente, chequeo de datos y fuentes, dificultad para conseguir documentos clave, hace que el mismo sea costoso en términos monetarios. Enfrente, es cada vez más frecuente la circulación de contenidos destinados a difundir la visión de determinados grupos de interés o con el objetivo de manipulación política de la población, aquello que en el mundo anglosajón se denomina propaganda (que no debe confundirse con publicidad comercial). Así, es relativamente fácil hoy generar y distribuir por las redes socialescontenido con aparente diseño de «noticia». El planteo del presidente francés Emmanuel Macron en una conferencia de prensa conjunta  con Vladimir Putin – realizada en París el 29 de mayo – ha puesto en el plano institucional, formal, que la existencia o no de periodismo de calidad es parte ya de agenda de las relaciones internacionales. Macron acusó a los medios rusos Russia Today y Sputnik de ser instrumentos de manipulación política cuya objetivo puntual fue perjudicarlo en la última campaña presidencial francesa. La distribución de contenidos dudosos mediante un soporte de diseño de apariencia periodística ya no es solamente analizable como un elemento de proyección doméstica que tiende a debilitar el concepto de ciudadanía y al sistema democrático, sino que es parte ya de un juego donde un país pretende influir en otro en los campos político, económico, social y cultural.

La conferencia de prensa de Emmanuel Macron y Vladimir Putin marca un hito en el papel del periodismo.

Polarización Política + Redes Sociales = La Era de la Posverdad

Un reciente artículo de The Economist («Yes, I’d lie to you») pone el foco en la creciente tendencia de los políticos a escindirse de todo critero de verdad. En este sentido, hemos ingresado en la Era de la «Posverdad», como la popularizó el blogger David Roberts. Según The Economist, los políticos tienden a adoptar discursos donde no hay un Otro, una alteridad que los someta a prueba. El razonamiento por tanto se guía por la falacia no formal de petición de principioVladimir Putin y Donald Trump son los ejemplos considerados por el semanario inglés. Al mismo tiempo, hay quienes observan una creciente tendencia a las conspiraciones, fogoneadas por los políticos y aceptadas por los ciudadanos. En este sentido, el artículo en cuestión establece una relación entre esta nueva era política y el auge de las redes sociales. En consonancia con artículos sobre el tema, como el de Ypthach Lelkes, Gaurav Sood y Shanto Iyengar, las redes sociales tenderían a polarizar las opiniones de los electores ya que incurrirían en una actitud hacia las noticias desde una percepción selectiva: los votantes tienden a recibir información que refuerzan sus opiniones previas, no a desafiarlas. A su vez, el uso creciente de robots y trolls tienden a levantar una determinada percepción que favorece cierto estado de opinión, generando seudoambientes a los considerados por Walter Lippmann cien años atrás. Estas perspectivas bloquearían tanto el fortalecimiento de un espacio de lo público, así como la posibilidad de la consolidación de un monitoreo sobre las institiuciones políticas o sociales (accountability). Otros estudios cuestionan esta tendencia hacia la polarización al menos en el plano de la ciudadanía. Tales son los casos como un artículo de Larry Bartels, por un lado, o el de Marty Cohen, Mary C. McGrath, Peter Aronow y John Zaller, por otro; ambos analizan a la sociedad nortemaericana, donde esta creciente supuesta polarización ideológica ya es un área de trabajo consolidada en el plano de la ciencia política y los estudios de comunicación.

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La «verdad» no es un criterio ya a seguir en política en la medida que el discurso crea su propia realidad